Esta semana pasada, de vuelta a casa, he sido partícipe de dos experiencias bien peculiares entre peatones y ciclistas:
En la primera, un ciclista que circulaba unos metros por delante de mí, se saltó un semáforo en rojo en el cruce de Dr Ferran con la Diagonal, justo antes de la parada de metro de María Cristina. Por el semáforo no pasaba ningún coche, y es muy habitual que, ni peatones, ni ciclistas, esperen a que este se ponga verde, ya que el ciclo de espera es bastante largo y, debido a las peculiaridades de ese cruce, gran parte del tiempo en rojo apenas pasan vehículos. Hasta aquí, nada inusual. La anécdota se produjo cuando, al cruzar el ciclista la calle, un señor de unos 60 años con un aire de lo más respetable se puso a increpar al ciclista al grito de "T'has saltat el semàfor en vermell!" (debo reconocer que yo pensé en saltármelo, pero justo al llegar se puso en verde) acompañado de unos aspavientos bastante acusadores. Lo bueno del caso es que el hombre ni siquiera estaba esperando en el semáforo. Simplemente iba caminando por la calle y vió venir al ciclista que, por supuesto, ni le molestó, ni le obstaculizó. Pero parece que la actitud incívica del ciclista le sacó de sus casillas y no pudo evitar ponerse a dar gritos para aleccionar al infractor. No disculpo al ciclista. Se ha saltado el semáforo y estaba en rojo, aunque fuera un semáforo de peatones. Pero me gustaría saber cuántas veces ese señor ha gritado a un peatón que se saltaba un semáforo.
En la segunda, el viernes por la tarde, al parar en el semáforo que hay en Glòries al inicio del tramo de la Diagonal que va hacia el Fòrum (otro semáforo peatonal que respeta bien poca gente, vayan a pié o en bici) y mientras un buen grupo de peatones se saltaba impunemente el semáforo una vez estaba claro que no se aproximaban ni coches, ni tranvías, una voz a mi lado me comentó: "Esas personas lo están haciendo muy mal. No hay que cruzar en rojo. Puede pasar un tranvía y matarte." Me giré sorprendido y, junto a mí, vi a un niño de no más de 7 u 8 años con su bicicleta parado disciplinadamente en el semáforo (éramos los 2 únicos que permanecíamos esperando a que el semáforo pasara al verde) y que me miraba muy serio mientras repetía de nuevo sus palabras. Sin gritos, sin aspavientos. Solo conversaba conmigo. No reprochaba a nadie su actitud. Simplemente, me explicaba, en un tono de lo más didáctico, lo que estaban haciendo mal y cuales podían ser las consecuencias. Le di la razón, sonriente. Esperamos a la luz verde, y seguimos cada uno nuestro camino. Él se paró en el siguiente semáforo y yo, mientras tanto, pensaba divertido en el señor de María Cristina.
Ja, ja... Ni te imaginas lo que el atropello de Gaudí ha hecho por la educación vial de este pais.
ResponderEliminarTengo hijos pequeños y puedo dar fe.