Pasan unos minutos de las 8 de la mañana. O quizá aún falten algunos. Depende del día y de cómo ha ido la batalla con el despertador. Voy sentado en el vagón de metro concentrado en la lectura. Alzo la vista un momento para comprobar en qué estación nos encontramos. Y es entonces cuando me doy cuenta de que otro pasajero me observa con disimulo pero con una mezcla entre curiosidad y admiración. La escena se repite con frecuencia prácticamente diaria desde hace unos meses. Pero, no nos engañemos. La primera vez ya me di cuenta de que no era yo el observado. La miran a ella. La bici plegada junto a mi asiento es el imán que atrae las miradas furtivas.
Y, en el momento en que me levanto para salir del vagón y comienzo a arrastrarla cual trolley, el efecto imán se acentúa e incluso llega a provocar que completos desconocidos se lancen a hacerme algún comentario sobre lo práctica que parece esa bicicleta. Pero el clímax de la atención se genera con el ritual del plegado y desplegado. Ahí sí que, más de una vez, he pillado a algún transeunte completamente boquiabierto ante el resultado de la hipnótica y brevísima (nunca lo he medido, pero no creo que llegue siquiera a los 30 segundos de duración) coreografía que se repite cada vez que entro o salgo del metro, de casa, del trabajo o de alguna tienda.
Como un ejemplo más, esta tarde, justo al llegar al portal de casa, una familia que venía detrás de mí se ha detenido para que el niño pequeño (que, según parece, ya venía interrogando a su madre sobre esa bicicleta tan peculiar) pudiera ver en directo cómo era eso de plegar una bicicleta. Ni que decir tiene que el chavalín ha flipado.
Y, es que, no es para menos. La Brompton plegada es un auténtico milagro de la ingeniería y basta con compararla con cualquier otra bici plegable para entender por qué causa tanta admiración.
Hace ya algunos días, en el vagón de metro, frente a mí, había otra plegable: una Monty (desconozco el modelo). Ese día fui yo el que se convirtió en mirón asombrado por la gran diferencia existente entre uno y otro tipo de plegado. De hecho, no pude resistirme y, no sin cierto disimulo, hice la foto que aquí se ve para ilustrar la diferencia entre uno y otro tipo de bicicleta.
Vaya por delante que desconozco si esa marca dispone de bicicletas con otros tipos de plegado, y que seguramente esa bici tenga otras virtudes (por ejemplo, el precio) que la hagan preferible a la Brompton en determinadas circunstancias. Pero, más allá de consideraciones más o menos pijeras sobre estética, marcas o precios, me llamaron la atención 2 cosas:
- La primera, el aspecto caótico del conjunto plegado. La verdad es que, mirando la foto con posterioridad, creo que en parte se debe a que no está plegada del todo (apostaría a que puede bajarse el sillín y entonces apoyaría en el suelo la tija, aunque quizá no sea fácil o práctico y por eso lo dejan así). Pero, así y todo sobresalen cables, pedales e incluso una de las ruedas parece que tiene cierta capacidad de giro. En resumen, no da la sensación compacta que produce una Brompton.
- La segunda: no parece fácil de transportar así. De hecho, mi impresión se confirmó al comprobar como la chica cargaba con ella para salir del vagón y luego se veía obligada a desplegarla para transportarla por el interior de la estación y llegar a las escaleras. Nada que ver con la facilidad para mover una brompton plegada.
Definitivamente, si alguna vez había dudado de si la Brompton era la opción más adecuada para un uso combinado con el transporte público, al ver a aquella chica salir del vagón cargando con su bici, lo tuve clarísimo. No quiero otra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario