Hace unos meses (allá por el mes de Abril o Mayo) me encontré con un ex-compañero de trabajo al volver a casa. Me había parado en un semáforo y me lo encontré de frente, mirándome (más bien al conjunto amigo-casco-bicicleta plegable) con expresión divertida.
Después de los protocolarios "qué tal", "cuánto tiempo", "cómo te va", "donde trabajas ahora", mi amigo continuó la conversación con la inevitable pregunta sobre la bicicleta que, al fin y al cabo, era lo que había causado su sonrisa al verme. Habitualmente esta parte de la conversación también tiene unos cuantos tópicos que deben repetirse necesariamente: que si vas a trabajar cada día con ella, que si es mucha distancia, que si no es peligroso, que está muy bien porque así haces ejercicio... Pero en esa ocasión, la conversación fluyó por unos derroteros ligeramente distintos de los habituales. Mi amigo me comentó que hacía unos meses él también se había comprado una bici plegable. Era ideal para guardarla en casa y, al margen del uso lúdico el fin de semana, se había llegado a plantear si no podría usarla también para ir al trabajo. Pero me confesó que, sencillamente, no se atrevía. Le daba la sensación de que era demasiada distancia, no sabía exactamente qué recorrido hacer, ni tenía muy claro si la dureza sería razonable e incluso no estaba seguro de la reacción de la gente. Al verme se le encendió la luz. Rápidamente hizo sus cálculos y llegó a la conclusión de que su recorrido era en gran parte similar al mío, salvo que en sentido inverso. Y que, por lo que veía, la distancia no era tanto problema como parecía en un primer momento. En aquel mismo instante me comentó que pensaba intentarlo.
La conversación terminó y ambos seguimos nuestro camino. La verdad es que se le veía convencido, pero no se trata de alguien a quien vea con frecuencia, por lo que no tenía muy claro si su decisión había sido fruto de un furor repentino y no duraría más allá del siguiente semáforo, o de si llegaría a convertirse en realidad. Así que seguí mi camino y no volví a pensar en ello.
Esta tarde, al volver a casa, en el mismo semáforo de nuestro anterior encuentro, hemos vuelto a cruzarnos. Mientras esperábamos al verde, uno a cada lado de la calzada, ambos nos mirábamos con expresión divertida. Esta vez él también iba en bici.
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